Antiguamente el piropo era considerado un halago para la mujer, de esta manera iniciaban los cortejos hace siglos. De forma respetuosa el hombre entonaba una serie de versos que enaltecían la belleza y cualidades de la mujer. Sin embargo, con el paso del tiempo el piropo cruzó la línea del mal gusto hasta convertirse en lo que hoy se conoce como “acoso”.
“El Piropo. Un estudio del flirteo callejero en la lengua española”, publicado en 1998, señala que las primeras referencias escritas con el uso de la palabra “piropo” datan del siglo XVI, pero que tan rápido como apareció fue degradando su cortesía y aumentando su crudeza.
A fines del siglo XVI, el biólogo y escritor español Benito Arias Montano publicó una serie de versos en los que dice que el rojo de las mejillas de una joven doncella es capaz de eclipsar el rojo de un rubí. Esta comparación, según el filólogo cervantista Américo Castro, llevó a que los jóvenes estudiantes del siglo XVI comenzaran a recitar estos versos a sus novias y luego fueran imitados por otros muchachos que dedicaban versos a las mujeres que transitaban por las calles.
La práctica del piropeo, que de una romántica declamación de versos fue simplificándose a un simple fraseo de palabras adulatorias o lisonjeras, rápidamente se extendió por España, Italia y algunas otras regiones mediterráneas, así como por Latinoamérica.
En la medida que fue popularizándose y cruzando fronteras, el piropo también fue mutando. Dejó de ser solo una costumbre oral. Comenzó a incorporar gestos y sonidos. Entonces era costumbre entre los hidalgos españoles arrojar sus capas al paso de la dama deseada o que los galanes españoles del siglo XIX se cubrieran los ojos ante una mujer para demostrar que los deslumbraba su belleza.
También que comenzaran a tirar besos al aire cuando veían a una mujer. Así, la aparición de los largos y fuertes silbidos para galantear fue inminente. Y luego empezaron a subir de tono las insinuaciones, las metáforas adquirieron fuerte contenido sexual.
A comienzos de los años 20, según Reportajes de “El Mercurio”, el piropeo era un deporte entre los bohemios y escritores que piropeaban sin miedo y sin éxito. Pero lo hacían sin obscenidades. “Era el mejor tiempo del piroperismo” nacional, pero esto cambió de forma drástica hasta la actualidad.
“Hoy, albañiles, taxistas y hombres de toda clase, si ven a una mujer hermosa y atractiva la masacran con las peores obscenidades y ríen en valientes hordas como hilarantes antropoides”. Señala Enrique Lafourcade, escritor y periodista.