Todos sabemos que lavarnos las manos hoy es un hábito de higiene primordial para el cuidado de nuestra salud, pues con ello eliminamos todos los microorganismos que podrían enfermarnos a la hora de comer, después de ir al baño o simplemente tener contacto con la piel.
Pero el lavado de manos no era un hábito frecuente hasta el año 1847 cuando por primera vez se habló de implementar esta medida de higiene para la prevención de enfermedades.
El médico de Hungría, Ignaz Semmelweis es considerado como el padre del “Lavado de manos”, debido a que fue el primero en promover esta práctica tras descubrir que lavarse las manos disminuía la tasa de mortalidad dentro de los mismos hospitales cuando en la antigüedad eran sitios poco higiénicos.
Pese a este gran aporte, en su momento fue considerado una locura y condenado a un hospital psiquiátrico luego de una serie de desordenes de conducta, consecuencia del señalamiento social y despido médico al que fue sometido por sus métodos poco comunes para ese entonces.
Hasta 1847 se desconocía mucho de las teorías microbianas y los gérmenes, por lo que la sociedad de médicos de aquel momento no se preocupaban por mantener los hábitos de higiene adecuados, ni por la desinfección de los centros de salud donde morían cientos de enfermos.
Sábanas sucias, llenas de sangre y fluidos corporales eran comunes en todos los hospitales. En aquel entonces era común la fiebre puerperal en mujeres durante su labor de parto, luego de ser atendidas por médicos que también realizaban autopsias; un 40 por ciento de ellas contraían la fiebre y morían.
Posteriormente Semmelweis fue testigo de la muerte de un colega, luego de que éste se cortara la mano mientras diseccionaba un cadáver, por lo que su teoría cobró más fuerza al relacionar el contacto de las manos con cuerpos sucios o en descomposición.
De esta forma llegó a la siguiente conclusión: “Los dedos contaminados son los que conducen las partículas cadavéricas a los órganos genitales de las mujeres encinta, y sobretodo a nivel del cuello uterino”.
Para demostrar su teoría realizó el experimento de colocar un recipiente con agua y cal clorada, de esta forma dio la instrucción a los médicos del Hospicio de Viena, de lavarse las manos antes de atender a pacientes vivos. Sorprendentemente su teoría fue acertada y logró descender la tasa de mortalidad hasta el 1 por ciento en las mujeres que eran atendidas en su labor de parto.
Pese al éxito obtenido, muchos médicos aún se mostraban escépticos a esta nueva práctica y algunos decidieron no seguir las instrucciones y conspirar contra Semmelweis, mismo que después fue despedido y difamado tras llamar “asesinos” a quienes no siguieron sus recomendaciones.
Ignaz Semmelweis quien tenía un doctorado en obstétrica terminó sus días con depresión y trastorno obsesivo, por el cual fue recluido en un hospital psiquiátrico donde murió a sus 47 años.
Con información de MysteryScience